martes, 10 de julio de 2012

La venida del señor


Introducción
¿Sabes que el Señor Jesucristo está a punto de volver; que Su regreso es inminente? Muchas personas se preocupan por este hecho tan importante, y están persuadidas de que algo grave debe acontecer pronto; aunque los burladores y escarnecedores de los últimos tiempos repitan: "¿Dónde está la promesa de su advenimiento [venida]? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 Pedro 3:4), y aunque el siervo malo diga: —"Mi Señor tarda en venir" (Mateo 24:48). Sin embargo, "El que ha de venir vendrá, y no tardará" (Hebreos 10:37). "Por tanto, vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis" (Mateo 24:44).
Estamos seguros de que existe, entre los que son del Señor, una creciente convicción — basada en la Palabra de Dios — de que Cristo volverá pronto para arrebatar a su querida Esposa, o sea, para llevarse a todas las personas redimidas por Su preciosa sangre e introducirla en la "casa del Padre" donde hay muchas moradas.

Cristo volverá— y ¿por que?
Tiempo hubo en que la venida del Mesías como "Varón de dolores" era todavía una profecía sin cumplir. Tras aquel vaticinio [profecía], las generaciones se sucedieron unas a otras; se levantaron imperios y fueron derribados; el reino de Israel (las diez tribus) y más tarde el de Judá fue destruido mientras que sus habitantes eran dispersados o llevados en cautiverio. Sólo un residuo, unos pocos miembros de la tribu de Judá volvieron de Babilonia; pero el Mesías prometido no había aparecido aún.
Cuatro siglos después, vemos que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se habían establecido confortablemente en Jerusalén, olvidándose por completo de aquel que había de venir. De repente, hubo una creciente agitación en la ciudad: Unos extranjeros, recién llegados, divulgaban noticia de que el Rey de los judíos — prometido hacía mucho tiempo — por fin había nacido. Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del templo, la noticia se propagó con rapidez en el pueblo.
Cristo estuvo aquí una vez
Pero, ¿cuál fue el resultado producido por semejante revelación? ¿Un cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios por cumplir finalmente Su palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado? ¿Irradiaba de gozo cada rostro? ¿Se estremecía de alegría cada corazón? ¡Al contrario! el cuadro que se nos presenta es muy distinto: "El rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él" (Mateo 2:3). ¿Por qué? Si hubieran conocido algo de las Escrituras respecto a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta Isaías: "He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa" (Isaías 32:1 -2).
Ahora bien, aunque había en la ciudad una multitud de personas que se consideraban "justas" ante Dios, muchos otros estaban convencidos de no estar listos para presentarse delante del Mesías, el Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el corazón de agradecimiento y de gozo, sólo era motivo de espanto y de turbación.
Sin embargo, preparados o no. Cristo había venido; había aparecido, no sólo como el Mesías de Israel, sino como el "Salvador del mundo", para revelar al Padre. Lo que aconteció después de este episodio es de sobra conocido: odiado y despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al Calvario donde, clavado en el vil madero, murió a mano de injustos. Pero al tercer día resucitó.
Cuando Dios envió a su Hijo a este mundo, cumplió las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos por su parte, al condenar a Jesús, cumplieron las palabras de los profetas acerca de los sufrimientos del Salvador: "Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo [sábados], las cumplieron al condenarle ... Y nosotros" —prosigue el apóstol Pablo dirigiéndose a los judíos — "también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús..." (Hechos 13:27,32-34).
Poco antes de Su muerte, el Señor — Objeto de las promesas — dejó también una promesa. Después de que salió el traidor del aposento alto, y rodeado de Sus discípulos. Cristo les mostró la terrible sombra de la cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el dolor reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro amado para escuchar sus palabras de despedida: —"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí" (Juan 14:1). Es como si hubiera dicho: —"Han creído en Dios sin haberle visto; ahora cuando ya no me vean, sigan teniendo igual confianza en Mí Dios les hizo una promesa, la anunció por boca de los profetas y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo les hago una promesa, y tengan confianza en que la cumpliré también".

Cristo prometió volver otra vez
¿Cuál es, entonces, esta nueva promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap. 14, la hallaremos entre los primeros versículos: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis". No hay el menor motivo para suponer que la venida mencionada por el Señor en estos versículos alude a la "muerte"; creerlo sería cometer la peor de las equivocaciones.
Hay esperanza eterna para todos los que creen en Cristo
Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia que mide entre estos dos hechos. Un joven muy enamorado de su esposa se ve en la penosa situación de dejarla. El tiene que viajar a un país extranjero para conseguir el dinero suficiente para llevarla consigo. Al separarse de ella, comprende la lucha interna que ambos tienen para reprimir las lágrimas y la consuela diciéndole: —Ten confianza, cariñito, ahora tengo que dejarte pero vendré cuando haya conseguido lo de tu viaje y vendré por ti para llevarte conmigo a la casa que te voy a preparar... Será muy linda. Ya lo verás.
¿Creen que la joven va a dudar la promesa de su esposo? Pues bien, del mismo modo, las palabras que el Señor dirigió a sus discípulos desconsolados no pueden prestarse a equivocación alguna. No dijo: —Ahora voy al cielo, vosotros moriré!", y después de esto os reuniréis conmigo— sino: "volveré otra vez, y os tomaré a Mí mismo".
En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para "estar presentes con el Señor" (2 Corintios 5:8). Pero cuando se trata del regreso del Señor, en vez de "estar ausentes del cuerpo", o de "ser desnudados" de nuestra casa terrestre, leemos que seremos "mudados"; y en Filipenses 3:21, que el Señor Jesucristo "transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los muertos en Cristo resucitarán primero, y los que vivimos seremos transformados. Vemos por lo tanto que la venida o regreso del Señor no debe confundirse con la muerte: es exactamente lo contrario de ésta. Es la aniquilación o abolición de todo cuanto la muerte ha hecho — desde que entró en este mundo — en los cuerpos de los que son hijos de Dios. Será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, victoria que compartirán todos los que somos suyos.

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